De los reyes en los cuentos a nuestro Rey de reyes
Herederos del Romanticismo del siglo XIX, que centra su mirada en escenarios medievales, en los cuentos tradicionales o de hadas encontramos a reyes y reinas, príncipes y princesas. Hoy, los reyes propuestos por la literatura infantil tienen aspectos de “anti-reyes”: son calvos, tienen una oreja, son tímidos, pobres…
Y guardando las distancias, nuestro Rey, Jesús, es también atípico, como descubrimos en las homilías que nos han dejado nuestros últimos tres papas y que nos ayudan a reflexionar en torno a una realeza que ha tomado el trono de la cruz, la corona de espinas y el cetro del amor.
“Su realeza será objeto de burla”
“¿Por qué Jesús entra en Jerusalén? O, tal vez mejor, ¿cómo entra Jesús en Jerusalén? La multitud lo aclama como rey. Y él no se opone, no la hace callar (cf.Lc19,39-40). Pero, ¿qué tipo de rey es Jesús? Mirémoslo: montado en un pollino, no tiene una corte que lo sigue, no está rodeado por un ejército, símbolo de fuerza. Quien lo acoge es gente humilde, sencilla, que tiene el sentido de ver en Jesús algo más; tiene ese sentido de la fe, que dice: Éste es el Salvador. Jesús no entra en la Ciudad Santa para recibir los honores reservados a los reyes de la tierra, a quien tiene poder, a quien domina; entra para ser azotado, insultado y ultrajado, como anuncia Isaías en la Primera Lectura (cf.Is50,6); entra para recibir una corona de espinas, una caña, un manto de púrpura: su realeza será objeto de burla; entra para subir al Calvario cargando un madero. Y, entonces, he aquí la segunda palabra: cruz. Jesús entra en Jerusalén para morir en la cruz. Y es precisamente aquí donde resplandece su ser rey según Dios: su trono regio es el madero de la cruz.
Pienso en lo que decía Benedicto XVI a los Cardenales: Vosotros sois príncipes, pero de un rey crucificado. Ese es el trono de Jesús. Jesús toma sobre sí... ¿Por qué la cruz? Porque Jesús toma sobre sí el mal, la suciedad, el pecado del mundo, también el nuestro, el de todos nosotros, y lo lava, lo lava con su sangre, con la misericordia, con el amor de Dios. […] Jesús en la cruz siente todo el peso del mal, y con la fuerza del amor de Dios lo vence, lo derrota en su resurrección. Este es el bien que Jesús nos hace a todos en el trono de la cruz. La cruz de Cristo, abrazada con amor, nunca conduce a la tristeza, sino a la alegría, a la alegría de ser salvados y de hacer un poquito eso que ha hecho él aquel día de su muerte”. S.S. Francisco, Homilía, 24-III-2013
La realeza de Jesús consiste en la voluntad de amor de Dios Padre
“La cruz es el signo paradójico de la realeza de Jesús, que consiste en la voluntad de amor de Dios Padre por encima de la desobediencia del pecado. Precisamente ofreciéndose a sí mismo en el sacrificio de expiación Jesús se convierte en el Rey del universo, como declarará él mismo al aparecerse a los Apóstoles después de la resurrección: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra." (Mt28, 18).
Pero, ¿en qué consiste el "poder" de Jesucristo Rey? No es el poder de los reyes y de los grandes de este mundo; es el poder divino de dar la vida eterna, de librar del mal, de vencer el dominio de la muerte. Es el poder del Amor, que sabe sacar el bien del mal, ablandar un corazón endurecido, llevar la paz al conflicto más violento, encender la esperanza en la oscuridad más densa. Este Reino de la gracia nunca se impone y siempre respeta nuestra libertad
Queridos hermanos y hermanas, cuando el ángel Gabriel llevó el anuncio a María, le predijo que su Hijo heredaría el trono de David y reinaría para siempre (cf. Lc 1, 32-33). Y la Virgen santísima creyó antes de darlo al mundo. Sin duda se preguntó qué nuevo tipo de realeza sería la de Jesús, y lo comprendió escuchando sus palabras y sobre todo participando íntimamente en el misterio de su muerte en la cruz y de su resurrección. Pidamos a María que nos ayude también a nosotros a seguir a Jesús, nuestro Rey, como hizo ella, y a dar testimonio de él con toda nuestra existencia”. S.S. Benedicto XVI,Homilía, 22-XI-2009
“Un Rey singular: testigo eterno de la verdad”.
“Cristo subió a la cruz como un Rey singular: como el testigo eterno de la verdad. "Para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad" (Jn 18, 37). Este testimonio es la medida de nuestras obras, la medida de la vida. La verdad por la que Cristo ha dado la vida —y que la ha confirmado con la resurrección—, es la fuente fundamental de la dignidad del hombre. El Reino de Cristo se manifiesta, como enseña el Concilio, en la "realeza" del hombre.
Es necesario que, bajo esta luz, sepamos participar en toda esfera de la vida contemporánea y formarla. Efectivamente, no faltan en nuestros tiempos propuestas dirigidas al hombre, no faltan programas que se presentan para su bien. ¡Sepamos examinarlos de nuevo en la dimensión de la verdad plena sobre el hombre, de la verdad confirmada con las palabras y con la cruz de Cristo! ¡Sepamos discernirlos bien!... La libertad que proclaman, ¿sirve a la realeza del ser creado a imagen de Dios, o por el contrario prepara la privación o constricción de la misma? Por ejemplo: ¿sirven a la verdadera libertad del hombre o expresan su dignidad, la infidelidad conyugal, aun cuando esté legalizada por el divorcio?... Ciertamente todo el "permisivismo" moral no se basa en la dignidad del hombre y no educa al hombre para su realeza. […]
Cristo, en cierto sentido, está siempre ante el tribunal de las conciencias humanas, como una vez se encontró ante el tribunal de Pilato. El nos revela siempre la verdad de su Reino. Y se encuentra siempre, por tantas partes, con la réplica: "¿Qué es la verdad?" (Jn 18, 38). […]
Que su reino esté cada vez más en nosotros. Correspondámosle con el amor al que nos ha llamado, y amemos en El siempre más la dignidad de cada hombre. Entonces seremos verdaderamente partícipes de su misión. Nos convertiremos en apóstoles de su reino. Amén”.
San Juan Pablo II, Homilía, 25-XI-1979.