Literatura y valores

Miércoles 27 de Septiembre, 2017


 

Por María Luisa Lecaros. Doctorando en Artes y Humanidades, Máster en Matrimonio y Familia U. Navarra. Periodista, Profesora de Castellano U. Católica.

El Papa que ama el fútbol

“Mientras viaja al Vaticano donde se encontrará con los otros cardenales para elegir al nuevo papa, el argentino Jorge Mario Bergoglio rememora su infancia en un barrio de Buenos Aires, Argentina”

Estamos ante una sencilla biografía que nos introduce en la persona del Papa Francisco y que destaca por su estilo narrativo ameno y en sintonía con los juegos narrativos de la literatura y el cine actual. A nivel narrativo, la historia transcurre en dos grandes escenarios: Italia, en la “vieja Europa”, como la llama el autor, cuna de los antepasados de Francisco: de su padre, Mario, y de sus abuelos Rosa y Giovanni. Y Argentina, en el “nuevo mundo”, donde transcurre la infancia, juventud y adultez de Bergoglio. A su vez, se superponen dos tiempos. El primero es el de la historia, es decir, el trayecto desde que Jorge Mario Bergoglio toma el avión, como cardenal y arzobispo de Buenos Aires, para dirigirse a Roma, hasta que luego del Cónclave, se asoma por el balcón del Vaticano como representante de la Iglesia. El tiempo cronológico se intersecta con el tiempo del relato, es decir, con la disposición artística de los acontecimientos. Mientras el autor va relatando los días previos a ser elegido Papa, el autor introduce una serie de flash-backs en los que se recuerdan hechos de su infancia.

Si bien el énfasis de su infancia está puesto en el fútbol y a veces nos pudimos quedar con ganas de conocer más sobre los  fundamentos de la fe y la vida de oración del Papa Francisco, que es muy intensa (se levanta puntualmente a las 4.30 de la mañana para rezar sus oraciones), disfrutamos intensamente al conocer detalles muy sencillos y conmovedores de su infancia, como el cariño que sentía por su abuela Rosa, quien le enseñó italiano y fue muy influyente en su vida de fe. Su rectitud de vida, que se aprecia en que de niño, tras chutear la pelota, rompió los vidrios de una casa del barrio y mientras todos sus amigos huyeron, él dio la cara y confesó que había sido él. O sus amores de juventud, sus hobbies: el fútbol (jugaba todas las tardes sin excepción con sus amigos de barrio e iba todos los domingos al estadio con sus padres a ver jugar a su equipo, el San Lorenzo) y la música (la ópera era una de las grandes pasiones de su madre y la oían todos los sábados); los inicios de su vocación, la sobriedad que eligió vivir como estilo de vida, sus apostolados como sacerdote. Aquí les dejo unas líneas que nos cuentan cómo aprendió a cocinar…

“Tienen una nueva hermana –les dijo con naturalidad–. María Elena. […]

Jorge nunca lo había visto tan agotado.

–¿Pasa algo malo, papá? ¿Mamá está bien? […]

Mario miró a su hijo mayor e intentó sonreír débilmente.

–¿Tanto se me nota en la cara, Jorgito? –preguntó.

–Vos siempre decís que la puerta al corazón de una persona son sus ojos, papá –contestó Jorge–. Y tus ojos parecen asustados. […]

–Tiene las dos piernas paralizadas […]. El médico dice que no va a ser algo permanente. En su momento se va a recuperar. Sólo que por ahora no puede caminar.

Jorge suspiró aliviado.

–Si no puede mover las piernas, le va a ser difícil cocinar. Voy a cocinar yo –propuso audazmente.

Mario le sonrió.

–Sos un verdadero regalo de Dios, Jorgito. Muy bien. Vos vas a cocinar. […] ¿Qué platos sabés hacer? –preguntó Mario parpadeando.

La sorpresa se reflejó en los ojos del chico.

–Yo… ¡yo no sé cocinar nada! –dijo.

Mario se rió y abrazó a su hijo mayor.

–Bueno, ya se nos ocurrirá algo”. (Pp. 65-68)





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