Literatura y valores

Jueves 07 de Septiembre, 2017


 

Por María Luisa Lecaros Periodista y Profesora de Castellano U. Católica, Máster en Matrimonio y Familia U. Navarra.

¡Feliz cumpleaños, Virgen María! 

Hoy, 8 de septiembre, celebramos la fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María. Una tradición religiosa que fue fijada en Oriente alrededor del siglo VI d.C. –día en que se inicia el año litúrgico bizantino– y posteriormente fue introducida en Occidente. En su cumpleaños, la saludamos con una homilía del Doctor de la Iglesia San Juan Damasceno (Siria, 676-749), pronunciada un 8 de septiembre en la basílica de Santa Ana.

«¡Ea, pueblos todos, hombres de cualquier raza y lugar, de cualquier época y condición, celebremos con alegría la fiesta natalicia del gozo de todo el universo. Tenemos razones muy válidas para honrar el nacimiento de la Madre de Dios, por medio de la cual todo el género humano ha sido restaurado y la tristeza de la primera madre, Eva, se ha transformado en gozo. Ésta escuchó la sentencia divina: parirás con dolor. A María, por el contrario, se le dijo: “¡Alégrate, llena de gracia!”

¡Oh feliz pareja, Joaquín y Ana, a ustedes está obligada toda la creación! Por medio de ustedes, en efecto, la creación ofreció al Creador el mejor de todos los dones, o sea, aquella augusta Madre, la única que fue digna del Creador. ¡Oh felices entrañas de Joaquín, de las que provino una descendencia absolutamente sin mancha! ¡Oh seno glorioso de Ana, en el que poco a poco fue creciendo y desarrollándose una niña completamente pura, y después que estuvo formada, fue dada a luz! Hoy emprende su ruta la que es puerta divina de la virginidad. De Ella y por medio de Ella, Dios, que está por encima de todo cuanto existe, se hace presente en el mundo corporalmente. Sirviéndose de Ella, Dios descendió sin experimentar ninguna mutación, o mejor dicho, por su benévola condescendencia apareció en la Tierra y convivió con los hombres.

Si pensamos por cuántas cosas podemos hoy alegrarnos, cuántas cosas podemos festejar y por cuántas cosas podemos alabar a Dios; todos los signos, por muchos y hermosos que sean, nos parecerán tan sólo un pálido reflejo de las maravillas que el Espíritu de Dios hizo en la Virgen María, las que hace en nosotros y las que puede seguir haciendo... si lo dejamos».

 



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