Literatura infantil y valores

Jueves 27 de Julio, 2017


 

Por María Luisa Lecaros, Profesora de Castellano y Periodista U. Católica, Máster en Matrimonio y Familia U. Navarra

Para ser más exactos 

 Muchos se acercan a la obra del autor alemán Michael Ende (1929-1995) tras ver la película Una historia sin fin. Aquí presentamos una antología de cuentos de uno de los escritores de fantasía épica más reconocidos del siglo XX y nos centraremos en el relato «Para ser más exactos».

 
   

“Todos los miembros de nuestra familia, desde el más viejo hasta el más joven, tenemos la misma pequeña debilidad: la lectura. Es prácticamente imposible conseguir que uno de nosotros, por algún motivo, deje su libro a un lado para hacer alguna otra cosa urgente e inaplazable. Lo cual no significa que esa cosas urgente o inaplazable no se haga. Lo que sucede es que nos parece que no es en absoluto necesario renunciar por eso a la lectura. […] Admito que ello acarrea de vez en cuando algún pequeño percance…, pero ¿qué importa? […]

La abuela, pongamos por caso, está sentada en el sofá que hay en el otro rincón del cuarto. Lleva puestas unas gafas sobre su nariz y hace calceta entrechocando las agujas. Sobre su regazo hay un grueso libro, que está leyendo. Teje y teje… ¿Qué teje? Pues un calcetín, por supuesto. Bueno, para ser más exactos, realmente no es un auténtico calcetín, sino más bien una especie de gigantesca serpiente de lana que cubre ya, serpenteante, todo el suelo de la habitación. Mientras la abuela pasa la página, echa una ojeada al monstruo por encima de sus gafas y murmura:

–Me parece que ha vuelto a haber un incendio en casa. Pero los bomberos no deberían dejarse así, sin más, la manguera tirada por la casa…” (pp. 7-8).  

El relato humorístico que acabamos de leer es el Prólogo a Los mejores cuentos de Michael Ende. Se nos presenta la historia de una familia muy particular donde conviven tres generaciones: abuelos, padres y nietos, y todos sus miembros comparten la misma “pequeña debilidad”: la lectura. Nadie está dispuesto a renunciar a leer al hacer sus deberes cotidianos. Es así cómo la abuela no termina nunca su tejido, como se aprecia en la imagen, o como el abuelo fuma pipa, echa la ceniza en el florero y luego, distraído, bebe lo que hay dentro del recipiente recordando que no tomó su medicina para la tos. Después gruñe: –“¡Mmm, mmm! ¡Qué fuerte está hoy el café…! ¡Lástima que esté tan frío!”. O la hermana de 14 años lleva horas enrollada en el teléfono hablando con un amiga, aunque en realidad se ha olvidado de discar el número y distraídamente le pregunta: “–Oye, ¿quién es ese “Tuuuu-tuuuu” del que me llevas hablando todo el rato?”. 

Es un cuento realmente simpático; mis niños me miraban con ojos desorbitados cuando se los leí. Porque el juego de fantasía que propone Michael Ende irrumpe a partir de las cosas más cotidianas: es normal que una abuela teja, que un abuelo fume pipa, que la madre esté en la cocina preparando la comida, que la hermana de 14 pase el día colgada al teléfono. Pero el elemento fantástico interviene en los desenlaces: la madre lleva su buen rato removiendo el cucharón en la olla. Aunque afortunadamente, dice el autor, no ha prendido el fuego porque si no el guiso se habría quemado. Y para ser más exactos, no se trata de un auténtico cucharón, sino de un termómetro.

Una historia para reírse con ganas, que nos transmite la alegría de la familia alimentada por la riqueza de la convivencia con los abuelos; que nos muestra la importancia de la lectura, por lo mucho que desarrolla la intimidad, que no sólo es una riqueza para la persona sino también para sus pares, en la medida en que esa intimidad se comparte a través del diálogo y el encuentro. O la podríamos leer desde el punto de vista del orden, de la importancia de hacer una cosa a la vez y bien. Aunque quizá lo que tenían que hacer en ese minuto era leer… Así es la obra de Ende. Dotada del elemento fantástico, permite cientos de caminos lectores y perspectivas éticas, como el más complejo y fascinante de los laberintos de una historia sin fin



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