Literatura infantil y valores

Jueves 22 de Junio, 2017


 

Por María Luisa Lecaros, Profesora de Castellano y Periodista U. Católica, Máster en Matrimonio y Familia U. Navarra


En el día del Sagrado Corazón los invitamos a leer «El último sueño del viejo roble», del autor danés que dio origen a la literatura infantil escrita: Hans Christian Andersen (1805-1875) y que nos muestra un corazón magnánimo.

La magnanimidad en «El sueño del viejo roble» (Andersen)

Las obras narrativas transmiten valores a los lectores. Éstos pueden internalizarlos y adquirirlos; darles vida en su propia vida. Así, los que eran valores pasan a ser virtudes, hábitos operativos buenos que nos facilitan la elección del bien. Uno de estos valores humanos, que integra a todas los demás, es el de la “magnanimidad”. Del latín magnus (muy grande) y animus (alma, espíritu), alude a la grandeza y elevación del ánimo. Se refiere a la persona de alma grande y generosa. Significa también “grandeza de ánimo”, la disposición a realizar cosas grandes.

Magnanimidad es la virtud del protagonista de «El último sueño del viejo roble», uno de los casi 200 cuentos que nos dejó el danés Hans Christian Andersen (1805-1875). El más reconocido autor del público infantil y a quien se le atribuye el origen de la literatura infantil escrita, nos entrega como personaje principal a un elemento de la naturaleza personificado: un anciano roble. Viejísimo, con 365 años vividos, se erige en lo alto del talud junto a la playa abierta, siendo la señal costera para los marinos. A diferencia de nosotros, que soñamos de noche, el roble está despierto durante tres estaciones y sólo duerme en invierno. Así pues, una noche de invierno –mientras dormía– tendrá un sueño. Crecerá y crecerá, atravesando las nubes, hasta llegar a lo alto. Está contento, ha llegado al cielo. «Pero la florecita roja que está al borde del agua debería venir también –dijo el roble–. Y la azul campanilla, y la pequeña margarita –sí, el árbol quería tenerlas a todas a su lado» (p. 625). De pronto descubre que los abejorros, las aves, los juncos de praderas, la florecita roja y todos los que ama están junto a él. «–¡Es fantástico, es increíble –gritaba de felicidad el viejo roble–. ¡Todos están conmigo! ¡Grandes y pequeños! ¡No falta nadie! ¿Cómo habría podido imaginar tanta felicidad? –En el cielo de Dios todo es posible, es imaginable –se oyó».

Su sueño refleja la grandeza de su corazón. Quiere que todos compartan con él la felicidad de estar en el cielo. Será éste su último sueño, en la Nochebuena en que se desató la más violenta de las tormentas. El árbol caerá a tierra. Por fin, la mañana de Navidad saldrá el sol. Llegarán corriendo los marinos a dar el último adiós a su ancestral roble, a su resplandeciente faro, a su fiel amigo, que ahora yace extendido sobre un manto de nieve. Regresan a sus naves. «Y hasta allí llegó el sonido de los salmos desde los barcos, el canto feliz de Navidad, de la liberación del hombre por Cristo para la vida eterna. […] Y todos los del barco se elevaron a su manera con él y con la oración, igual que el viejo árbol se había elevado en su sueño último y más hermoso aquella Nochebuena» (p. 626). BIBLIOGRAFÍA ANDERSEN, H.C., Cuentos Completos, Madrid: Cátedra, 2005. www.etimologías.dechile.net. Consultado el 21-06-17.



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