Todos los meses realizaremos un comentario de diferentes imágenes y pinturas religiosas gracias al aporte de Isabel Margarita Lecaros Monge.
En el mes de mayo del año jubilar de la Misericordia contemplamos la obra: Juicio Final detalle del Tríptico de la Redención Ca. 1455, Museo del Prado, Madrid.
Inspirada en el relato de San Mateo (25, 31-46), la escena del Juicio Final que tenemos a nuestra vista y que fuera recreada en la portezuela lateral del tríptico de la Redención, fue atribuida inicialmente a Rogier van der Weyden, y posteriormente a su discípulo Vrancke van der Stock, lo que queda manifestado en la gran precisión del dibujo, la riqueza en los detalles y una variada paleta cromática. Procedente de la Escuela Flamenca del s. XV, el detalle del tríptico de la Redención fue donado por doña Leonor de Mascareñas, aya de Felipe II, al Monasterio de Nuestra Señora de los Ángeles de Madrid, quien lo donase a su vez al Museo de la Trinidad previo a su llegada al Museo del Prado en 1872.
Entronizado sobre la bola del mundo preside Cristo Juez como Cosmocrátor o Señor del Universo. Su figura, revestida con el paño de la pureza y el manto imperial, deja entrever su torso desnudo traspasado por la llaga de donde emergió sangre y agua para la redención de la humanidad. A su derecha, la vara florida simboliza su misericordia; mientras que a su izquierda, la espada refleja su justicia. Dos ángeles le flanquean tocando trompetas al anuncio del Juicio Final: Enviará a sus ángeles que, con trompeta clamorosa, reunirán a sus elegidos (Mt 24, 31). A sus pies, la Virgen y San Juan Bautista permanecen unidos a Su Majestad a través del arcoiris, símbolo de la alianza entre Dios y los hombres desde tiempos del Antiguo Testamento. La arquería superior -de reminiscencias góticas- retrata las obras de misericordia que relata el Evangelio, a las que ha sumado el autor la de dar entierro a los difuntos. Todas las imágenes anteriores nos recuerdan la trascendencia de las obras de misericordia para salvarnos, y presididas cada una -si observamos en detalle- por Aquel que fuese el primero en practicarlas.
En la parte inferior de la obra observamos, por último, que los bienaventurados son reunidos para subir al Cielo eterno: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo: porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era peregrino y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme (Mt 25, 34-36); mientras que los condenados marchan desesperanzados hacia la roca del abismo de los infiernos. Todos desnudos, pues el hombre debe salir de la tierra como Dios lo creó.
Que a ejemplo de Nuestro Señor, nos adelantemos a leer el corazón del otro -tanto en sus necesidades del cuerpo como del alma- perfumando los ambientes con la vara florida de la misericordia bajo esa especial sensibilidad al sufrimiento que Él tuvo.
“Dichosos los misericordiosos, porque encontrarán misericordia”. (Mt 5,7)