Su vida en el carmelo
Llegó para Juanita el día esperado: el 7 de mayo de 1919 ingresó a la orden del Carmelo en el convento situado en Auco, la región de Valparaíso. Según el padre Cristhian ella entró en la comunidad “madura en la fe” y los once meses que pasó allí él los considera como “el broche de oro” en los cuales Dios le revela “su misión y su experiencia trinitaria con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo”. Ella en realidad “ya vivía la espiritualidad carmelita desde su casa”, indica el sacerdote. En las cartas que envía a sus amigos y familias, Teresa de Jesús, nombre que adoptó al entrar, “da un giro notable” ya que sus primeras cartas “son más morales” y en las últimas ella “está siendo mensajera de la confianza y del amor de Dios”. Teresa rápidamente “absorbe la espiritualidad carmelita y el abandono en Dios. Invita a las amigas a soltar un poco las amarras”, indica el sacerdote.
La joven religiosa se ofrecía para hacer los trabajos domésticos más difíciles sin ninguna queja. Se destacaba por su mística, por la felicidad total de ser carmelita y la convicción de salvar almas desde la celda.
En enero de 1920 escribió una carta a su hermana Rebeca que al parecer, la impactó profundamente. Teresa percibía en ella signos de que pudiera estar llamada al Carmelo: “U?nete tambie?n a tu carmelita, la cual jama?s puede hacer su propia voluntad en nada, y es casualmente lo que ma?s le cuesta a todo hombre; ma?s encadenarla por Dios es vivir libre, es vivir de amor”.
A principios de marzo de 1920 Teresa tuvo una señal en la que vio que moriría en un mes. Ella le comentó a su confesor quien le dijo que esperara y se pusiera en las manos de Dios. En Semana Santa, comenzó a sentir altas fiebres y una vez celebrada la Pascua cayó en cama para no levantarse más. Le fue diagnosticado Tifus y al ver que su enfermedad no tenía cura, recibió el permiso excepcional para realizar su profesión religiosa in artículo mortis, que significa “a punto de morir”, lo que indica que si se recupera, vuelve a su estado de novicia y continúa con su formación. Ella, a pesar de su gran debilidad, pronunció la fórmula de su consagración con firmeza y quedó así incorporada a la orden del Carmelo el 6 de abril de ese año. Teresa murió en la tarde del 12 de abril de 1920. Sus últimas palabras fueron: “mi esposo”, mientras miraba fijamente un crucifijo.
Después de la muerte de Teresa, su hermana Rebeca decidió ingresar al Carmelo para ocupar su lugar en la celda. Ella murió a los 40 años con fama de santidad.
Hoy el santuario de Santa Teresa de los Andes, ubicado a 55 kilómetros de Santiago de Chile, tiene como rol a acoger a los peregrinos. Allí se encuentra su tumba y un museo que tiene varios de sus objetos personales y sus manuscritos. “Es el polo misionero donde va mucha gente a pedirle a ella consuelo, una gracia. La ven como un puente y mediadora”, según indica el padre Cristhian. Allí van en peregrinación unos cien mil jóvenes en el mes de octubre tras caminar unos 30 kilómetros.
Así esta santa de lo cotidiano ha tenido una gran fuerza misionera y su testimonio ha llevado a muchas personas a Dios en el último siglo. Sus palabras tienen hoy una tremenda actualidad: “Cuando el peso de la cruz nos agobie, llamemos a Jesús a nuestro auxilio. Él marcha adelante y no se hará sordo nuestro gemir. A pesar de sus dolores en el camino al calvario, consoló a las santas mujeres; ¿por qué no nos ha de confortar? ¿Acaso Jesús no está allí en el tabernáculo para alentarnos?”, escribió la santa en una de sus cartas.
Fuente: Anclados, Pastoral UC