Literatura y Valores: “Rezar a Dios por todos”, obra de misericordia

Viernes 17 de Abril, 2020


 

Por María Luisa Lecaros

Como una forma de aprovechar los días de confinamiento para acercar a nuestros hijos y nietos a Dios, les iremos enviando pasajes de algunos de los mejores libros religiosos “de antaño”. Hoy conoceremos una de las obras de misericordia a las que nos invita el Señor: “rezar a Dios por todos”, tomada de Las obras de Misericordia de Federico Revilla, con ilustraciones de Juan Ferrandiz. El relato centra su argumento en la fuerza de la oración. Nos cuenta cómo los rezos dirigidos a Dios por dos niños españoles, Mari Sol y Jaime, ayuda a los niños del mundo. Los ángeles de la guarda de estos niños nos cuentan cómo ellos fueron rescatados de grandes peligros, curados de graves enfermedades o evangelizados gracias a sus oraciones.

“Yo quería contaros una historia de Mari Sol y Jaime. ¡Pero no sé cuál elegir! Estos amiguitos han hecho cosas tan estupendas…

La oración lo puede todo: ¡os lo aseguro yo! Y así, Mari Sol y Jaime, dos niños tan corrientes, han conseguidos resultados fantásticos, increíbles…

Mejor será que, para convenceros, yo me calle y permita hablar a otros ángeles, compañeros míos, que han sido testigos de estos hechos. Los ángeles que ellos cuidan se han beneficiado de las oraciones de Mari Sol y Jaime.

-¡Ya lo creo! Lu-Mi-Tai, mi niña, es una chinita que vive a la orilla de un río muy grande, en un pueblo pobre, muy pobre… Como Mari Sol y Jaime rezan todas las noches antes de acostarse por los niños de China, gracias a ellos Dios le ha enviado un sacerdote para que la bautice. El sacerdote iba disfrazado, porque en aquel país persiguen mucho la religión católica. Pero Lu-Mi-Tai ha podido aprender el catecismo y ahora conoce a Dios y, como vosotros, le lleva dentro. ¡Está más contenta…!

-Yo soy el ángel de Ramón, un niño que estaba muy enfermo. El pobre Ramón había padecido tres operaciones, y no acababa de curarse. Pero Dios ha escuchado las oraciones de Mari Sol y Jaime y ahora está completamente bueno, y corre y juega como los demás niños…

-Mi caso es mucho más trágico. Veréis. Mi niño se llama Richard y vive en una ciudad muy importante de los Estados Unidos. Un día, jugando en la ventana de su casa, perdió el equilibrio y se iba a caer… ¡Figuraos que su casa está en un décimo piso! Richard hubiera muerto sin remedio. ¡Ah, amigos! Pero Dios quiso salvarle por mediación de esos dos niños españoles tan buenos, Mari Sol y Jaime, que nunca se olvidan de rezar por quienes corren algún peligro… En aquellos mismos momentos, cuando Richard estaba a punto de desplomarse, ellos decían: “Ahora un Padrenuestro, para que Dios proteja a los niños en peligro…”. Y rezaban el Padrenuestro muy despacio... Richard no cayó. Richard vive, porque unos niños rezaban por él.

-¡Qué gran verdad! Dios nunca desatiende las oraciones de los niños. Mi caso es “más difícil todavía”, como en los ejercicios de funambulismo. ¿Sabéis? Yo fui ángel de un hombre muy malo; ¡porque también los hombres malos tienen ángel de la guarda, aunque no lo parezca! Aquel que me había tocado a mí había pasado su vida haciendo daño, mintiendo, engañando, hablando mal, enemistando a la gente… ¡Uf, menudo tipo! Nunca daba limosna a los pobres, nunca sonreía ni hacía favores a nadie… Creo que ignoraba por completo eso de las obras de misericordia. Todos los niños huían de él, porque sabían que era malo. También Mari Sol y Jaime le tenían miedo, pero en el fondo les daba lástima. ¡Como que la peor desgracia de todas es ser malo! “Ese hombre, cuando muera, irá al infierno”, había dicho un día Jaime a su hermana. “Es verdad. Pues, ¡recemos para que se convierta y sea bueno!”. A partir de aquel día, los niños no olvidaron nunca rezar por él. Pero él continuaba siendo malo… Hasta que, por fin, le llegó la hora de la muerte. De veras que tenía todos los merecimientos para ir al infierno. Sin embargo, Dios había atendido las oraciones de Mari Sol y Jaime: en el último momento, aquel hombre se arrepintió de todas sus maldades y pidió confesarse. ¡Ahora está en el cielo!

-Nosotros, los ángeles, nos alegramos mucho cuando los niños rezan. Si todos los niños rezasen bien, no habría guerras, ni gente mala, ni ocurrirían desgracias…

-Por eso, esta última obra de misericordia es un poco el resumen de todas las demás. Porque muchas veces no podéis hacer el bien que quisierais: no tenéis cerca a todos los niños que pasan hambre, para darles de comer; ni a todos los que no saben, para enseñarles; ni a todos los tristes, para consolarles… Sin embargo, hay un sistema que no falla para hacer con ellos esas obras buenas “a distancia”.

-¡Vosotros ya habéis adivinado cuál es el sistema!

-Como es tan sencillo… Rezar por todos. Pedir a Dios que arregle todas esas cosas que van mal, que ayude a quienes lo necesitan, que haga a todos muy buenos…

-De esta manera, podéis practicar a la vez todas las obras de misericordia.

- ¿Verdad que vais a rezar cada noche con mucho fervor, pidiendo a Dios por todos?

- Cuando, desde la tierra, miráis el firmamento, veis la luna y muchas, muchísimas estrellas resplandecientes… ¡Qué bonito es el firmamento estrellado! Pues bien, cuando desde el cielo se mira a la tierra y hay muchos niños que rezan por los demás, parece otro firmamento estrellado más hermoso todavía: cada niño que reza es como una estrella que despide mucha luz y agrada mucho a Dios.

- Los ángeles de la guarda queremos que todos nuestros niños sean como estrellas en ese firmamento. ¿Lo seréis…?

Fin

 

Referencias: Revilla, Federico (1968). “Rezar a Dios por todos”. Las obras de Misericordia. Ilustr.: Juan Ferrandiz. Barcelona: Edigraf, 64-67.



Regístrese aquí para recibir nuestras noticias:
Diseño y Desarrollo de Iglesia.cl