Introducción
¡No hay nada más grande en nuestra fe cristiana que esta noche-día!
En las vigilias que ayer se pudieron realizar en distintas catedrales o basílicas del mundo, a causa de pandemia que nos golpea como humanidad, se encendió un gran cirio desde el fuego.
Signo del Espíritu Santo que resucito a Jesucristo de la muerte.
· Se cantó tres veces: ¡Luz de Cristo!
· Porque él nos ha probado con su resurrección que es la luz y la vida del mundo.
Escuchamos el canto del pregón, que nos anunció la resurrección a través de un recorrido por la historia de la salvación, que es también nuestra historia.
· Las lecturas del Antiguo Testamento anunciaron lo que estamos celebrando en este día domingo de resurrección.
· Hace un momento hemos podido cantar el himno del Gloria para dar gracias por la mayor victoria de Jesús.
· Y escuchar el anuncio más que nunca consolador en este año tan sufrido de la victoria del Señor sobre la muerte en el evangelio según san Juan.
Desarrollo
1. En esta celebración tan particular de la resurrección del Señor frente a tanta información de muerte, soledad y sufrimientos intolerables.
· Me pregunto con ustedes: ¿Qué podemos decir los cristianos a los millones de personas que están sufriendo la partida de más de 100.000 seres queridos y más de 1,7 millones de casos contagiados a causa de este virus mortal que nos acecha a todos?
· Me pregunto: ¿Qué podemos celebrar?
· Permítanme un testimonio de una enfermera en Texas, EEUU:
“He visto cómo los pacientes llegan a nuestra unidad, todavía sin sedar y sin respirador, pero con una dificultad respiratoria extrema y más que asustados. Les he explicado lo que el COVID-19 les hace a su cuerpo, cuáles son los riesgos de ser intubado y de no intubar, y he escuchado cómo estas personas han llamado a sus familiares una última vez, antes de intubarlos.
A diferencia de lo que muchos creen, no todos los enfermos graves por COVID-19, son adultos mayores. Muchos son jóvenes no tienen problemas médicos. Son fuertes, físicamente saludables, sin embargo este virus mata gente sana”.
· ¿No es más bien una ocasión para llorar de pena y de angustia por lo que está sucediendo y lo que va a suceder?
· Hoy todos los cristianos escuchamos el relato de la resurrección con una pregunta en el corazón.
· Más aún, con un grito de dolor, que se eleva por todas partes.
· Por lo tanto, debemos tratar de captar más que nunca la respuesta que la Palabra de Dios nos da, en una situación como la que estamos viviendo.
· No podemos entender la resurrección del Señor sin su paso por la cruz que revivimos en viernes santo.
· La cruz se comprende mejor por sus efectos que por sus causas.
· ¿Cuáles han sido los efectos de la muerte de Cristo?
· Uno muy relevante es que la cruz de Cristo ha cambiado el sentido del dolor y del sufrimiento humano.
· De todo dolor, físico y moral.
· Ya este no es un castigo ni una maldición.
· Ha sido sanada la cruz en su raíz desde que el Hijo de Dios la ha tomado sobre sí.
· Les pregunto: ¿Cuál es la prueba más segura de que la bebida que alguien te ofrece no está envenenada?
· Es si él bebe delante de ti la misma copa.
· Así lo ha hecho Dios hecho hombre: en la cruz ha bebido, delante del mundo, el cáliz del dolor hasta el fondo.
· No le hizo el quite a nada.
· Así ha mostrado que el cáliz del sufrimiento no está envenenado sino que hay una perla un tesoro en el fondo de él.
· Escribía san Juan Pablo II desde su cama de hospital después del atentado—“el dolor significa hacerse particularmente receptivos, especialmente abiertos a la acción de las fuerzas salvadoras que Dios ofrece a la humanidad en Cristo”.
2. ¿Cuál es la luz que todo esto arroja sobre la situación dramática que estamos viviendo como humanidad?
· También aquí, más que a las causas, debemos mirar a los efectos.
· No sólo los negativos, cuya triste información escuchamos cada día.
· También los positivos que sólo una observación más atenta nos ayuda a captar.
· La pandemia del Coronavirus nos ha despertado bruscamente del mayor peligro que siempre han corrido las personas y la humanidad: el delirio de omnipotencia, de sentirnos superiores a todo incluso a la creación.
· Ha bastado un pequeño elemento de la naturaleza, un virus, para recordarnos que somos mortales, que la potencia militar y la tecnología no bastan para salvarnos, como quisieran algunos.
«El hombre en la prosperidad no comprende —dice un salmo de la Biblia—, es como los animales que perecen» (Sal 49,21). ¡Qué verdadero es!
Pero atentos a no engañarnos, Dios no es quien ha arrojado un virus sobre nuestra orgullosa civilización tecnológica, para bajarnos los humos.
¡Dios es aliado nuestro, no del virus!
El que lloró un día por la muerte de Lázaro llora hoy por esta desgracia que ha caído sobre la humanidad.
Sí, Dios "sufre", como cada padre y cada madre sufre por sus hijos al verlos sufrir.
Dios participa en nuestro dolor para vencerlo.
«Dios —escribe san Agustín—, siendo supremamente bueno, no permitiría jamás que cualquier mal existiera en sus obras, si no fuera lo suficientemente poderoso y bueno, para sacar del mal mismo el bien».
¿Acaso Dios Padre ha querido la muerte de su Hijo, para sacar un bien de ella?
No, simplemente ha permitido que la libertad humana siguiera su curso, haciendo, sin embargo, que sirviera a su plan, no al de los hombres.
Esto vale también para los males naturales como los terremotos y las pestes.
Él no los suscita.
Él ha dado a la naturaleza una especie de libertad, diferente de la libertad del hombre, pero siempre una forma de autonomía.
Libertad de evolucionar según sus propias leyes, que son también suyas.
No ha creado el mundo como un reloj programado con antelación donde hasta el más mínimo movimiento este calculado.
Eso que algunos llaman la casualidad, y que la Biblia, en cambio, llama «sabiduría de Dios».
Conclusión
Cuando, en el desierto, los judíos eran mordidos por serpientes venenosas.
Dios ordenó a Moisés, que levantara en un estandarte con una serpiente de bronce, y quien lo mirara no moría.
Jesús se ha apropiado de este símbolo.
Un día le dijo a Nicodemo: «Como Moisés levantó la serpiente en el desierto así es preciso que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo aquel que cree en él tenga vida eterna» (Jn 3,14-15).
También nosotros, en este momento de nuestra historia, somos mordidos por una «serpiente» venenosa invisible.
Miremos a Aquel que fue «levantado» por nosotros en la cruz.
Adorémoslo por nosotros y por todo el género humano.
Quien lo mira con fe no muere.
Y si muere, será para entrar en la vida eterna.
Nosotros también, después de estos días que esperamos sean cortos, nos levantaremos y saldremos de las tumbas de nuestros hogares en que hemos vivido encerrados, amenazados y temerosos.
No para volver a la vida anterior como Lázaro, sino a una vida nueva, como Jesús.
Una vida más fraterna, más humana. ¡Más cristiana!
Eso le pedimos a nuestra Madre del cielo, la primera testigo de la resurrección de su Hijo, con las palabras de una oración muy antigua que la iglesia guarda para este día como un tesoro.
Salve, Reina de los cielos,
Y Señora de los ángeles, salve,
Raíz; salve, puerta, que dio paso
A nuestra luz
Alégrate, Virgen gloriosa, entre todas la más bella;
Salve; Oh hermosa doncella, ruega a Cristo por nosotros.
Reina del Cielo, alégrate, aleluya, porque Cristo
A quien llevaste en tu seno, aleluya, ha resucitado,
Según su palabra, aleluya.
Ruega al Señor por nosotros.
Aleluya
1. Nota: He tomado algunas importantes ideas de la homilía del padre Rainiero Cantalamessa del viernes santo pasado y las he adaptado a nuestra realidad.
[1] Tomada en parte de la homilía de viernes santo de Rainiero Cantalamessa 2020.