Entre bueyes y cajones
VIRGEN DE LUJÁN (ARGENTINA)
En el siglo XVII (17), entre las pampas de nuestro vecino país –Argentina– se veían venir unos bueyes. Conducían una carreta que cargaba cajones. Desde el puerto de Buenos Aires, iba rumbo a la hacienda de don Antonio, un portugués que vivía muy lejos. Luego de un intenso día de viaje llegaron a Luján, donde los conductores se detuvieron a descansar y pasar la noche. A la mañana siguiente, cuando quisieron reemprender marcha, los bueyes no se querían mover. Ellos les decían: “¡arre!” y les daban palmadas en el lomo, pero ellos seguían inmóviles, como si dispusieran de todo el tiempo del mundo. Entonces uno de los hombres pensó: “A lo mejor tienen mucho peso y están cansados. Bajaré uno de los cajones para aliviar su cargamento”. Eso hicieron y cuando dejaron el cajón en el suelo, los bueyes empezaron a andar a toda velocidad, tanto así que el gorro de uno de los gauchos voló por los aires. Entonces los conductores se sintieron muy curiosos y regresaron a ver qué había en el misterioso cajón. Lo abrieron y ¡apareció una imagen de María!, a la que llamaron “Virgen de Luján”. Medía 38 cm y fue construida de arcilla o barro por un artesano de Brasil. Desde entonces, es visitada por miles de personas en un templo que se le construyó ahí mismo, a los pies de su humilde trono: un cajón.
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Del tronco de un árbol
VIRGEN DE CAACUPÉ (PARAGUAY)
Tus manos tiemblan, mientras abrazas con fuerza un grueso tronco. Estás en medio de una selva de Paraguay, en el valle Itú de Caacupé. Tu vida corre peligro y bien lo sabes, porque eres cristiano: crees en Jesús y lo llevas en tu corazón. Conociste el cristianismo hace unos días, gracias a unos misioneros franciscanos que te hablaron sobre él. Recuerdas con emoción tu bautizo con agua del río, mientras escuchas los sonidos de la tribu mbaya que se acerca a ti: bubububu- bubububu... Están persiguiendo a todos los cristianos para matarlos, no saben lo que hacen. Los aborígenes avanzan hacia ti, parece que ya te han descubierto. Y mientras abrazas con más fuerza el tronco, prometes a la Virgen María que si salva tu vida, le construirás una estatua con la madera de ese árbol como agradecimiento. Ella te salva, ¡es María! Y Jesús no niega nada a su madre. Tú cumples tu promesa y le construyes la más hermosa estatua de madera, con un manto azul marino, un largo pelo castaño y la luna a sus pies.
Esto le sucedió a José, el artesano guaraní que esculpió a la imagen que se venera en el Santuario de la “Virgencita de los Milagros de Caacupé”.