El Sábado Santo celebramos la Vigilia Pascual, compartiendo como comunidad el gozo del triunfo del Señor sobre la muerte.
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Con la alegría de una nueva vida, les compartimos la siguiente reflexión:
Uno de los ritos más sugerentes de la tradición cristiana es ciertamente el comienzo de la Vigilia Pascual. En el silencio y la oscuridad de esa noche, el cirio pascual avanza iluminando la nave del templo y la asamblea al grito: ¡Luz de Cristo! Este rito es el desarrollo de una práctica cotidiana muy concreta. Cuando no había corriente eléctrica, llegada la noche, en las casas se encendía el candil. Este gesto tan sencillo se transformó para los cristianos en un signo de la propia fe.
El encendido del candil era acompañado por una oración, en la que se invocaba sobre la propia familia y sobre el mundo entero la luz verdadera, Cristo Señor. En las comunidades monásticas se convertirá en la liturgia del lucernario, el comienzo de la oración de la tarde con el encendido de las luces, acompañado por una invocación a Cristo, verdadera luz de los corazones. Esta oración, en la noche de Pascua, se convertirá en el precioso canto del Pregón pascual, que ha asumido el esplendor y la sugerente belleza que conocemos.
El cirio pascual acompañaba la vida de la comunidad desde el nacimiento hasta la muerte. Se coloca, en efecto, en el baptisterio: Cristo resucitado hace pasar a los renacidos en el bautismo de las tinieblas a la luz de la gracia. Se pone, además, cerca del féretro en la celebración de las exequias: Cristo resucitado conduce a sus hermanos y hermanas en el paso de este mundo a la casa del Padre.
¿Qué significa hoy para nosotros creer en la resurrección cuando vivimos en una cultura de muerte? ¿Sentimos el deseo de testimoniar con la vida que Él ha resucitado verdaderamente? Deberemos ser más conscientes de haber nacido en la Pascua y ser criaturas nuevas que deben alcanzar la plenitud de la alegría pascual, para difundir el rastro de luz que alcance a todos los hombres aún perdidos entre tinieblas. Deberemos tratar de acoger la luz del Resucitado en el corazón, de modo que podamos hacer llegar lejos a Cristo presente en nosotros, y anunciar una vida que pasa a través de la muerte, pero para vivir para siempre. Con todos nuestros hermanos le buscamos en la noche, pero lanzados hacia un alba de resurrección en la que ver al Señor y recibir de él la esperanza nueva.
¡Cristo ha resucitado de entre los muertos!
Esta fe compartida se convierte en augurio: ¡que toda nuestra vida esté en la luz del Resucitado! de las tinieblas a la luz de la gracia. Se pone, además, cerca del féretro en la celebración de las exequias: Cristo resucitado conduce a sus hermanos y hermanas en el paso de este mundo a la casa del Padre.
¿Qué significa hoy para nosotros creer en la resurrección cuando vivimos en una cultura de muerte? ¿Sentimos el deseo de testimoniar con la vida que Él ha resucitado verdaderamente? Deberemos ser más conscientes de haber nacido en la Pascua y ser criaturas nuevas que deben alcanzar la plenitud de la alegría pascual, para difundir el rastro de luz que alcance a todos los hombres aún perdidos entre tinieblas. Deberemos tratar de acoger la luz del Resucitado en el corazón, de modo que podamos hacer llegar lejos a Cristo presente en nosotros, y anunciar una vida que pasa a través de la muerte, pero para vivir para siempre. Con todos nuestros hermanos le buscamos en la noche, pero lanzados hacia un alba de resurrección en la que ver al Señor y recibir de él la esperanza nueva.
¡Cristo ha resucitado de entre los muertos! Esta fe compartida se convierte en augurio: ¡que toda nuestra vida esté en la luz del Resucitado!