Literatura y valores

Viernes 23 de Marzo, 2018


 

Por María Luisa Lecaros

mllecarosm@gmail.com


Jesús ha muerto. La naturaleza gime. El pueblo calla. María y el fiel apóstol caminan de regreso. En esos momentos, Juan recuerda a María las palabras que Jesús le dirigió desde la cruz y le dice con sencillez: «Déjame decirte, Madre, Él lo ha querido», como intentando convencerla de que tome muy en serio las palabras de su Hijo. Con un temple de ánimo suplicante y esperanzador, el hablante lírico se identifica con la figura de Juan y a través de su voz, pide a María que sea su madre, tu madre, nuestra madre. Éste es el trasfondo de uno de los poemas marianos que san Juan Pablo II dedicó a la Virgen en sus primeros años de sacerdocio y que nos introduce en el espíritu de Semana Santa…


La imploración de Juan

«No contengas el flujo de mi corazón

que sube hasta tus ojos, Madre;

no cambies en nada este amor,

dirige hacia mí ese mar

en tus manos translúcidas.

 

Él te lo pidió.


Soy Juan el pescador. No hay mucho

que se pueda amar en mí.

Todavía me siento a orillas del lago,

con la grava fina bajo los pies,

y de pronto… Él.



En mí tú no aprisionarás más su misterio

pero dulcemente ceñiré tus pensamientos,

como el mirto.

 

Déjame decirte: Madre, Él lo ha querido.

Te suplico que no dejes

que esta palabra te parezca empequeñecida.


Es cierto que es difícil comprender el

significado

de las palabras que insufló en nosotros,

para que todo amor

quedara en ellas comprendido».

 

Karol Wojtyla. En Fernández Bravo, Sergio. Poemas. México: Jus, 1990.



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